Martín Fierro pegó pasaporte comunitario

No me vengan con duraznos,
me gusta el melocotón;
la sandía y el melón
están en mi dieta diaria.
Mi novia es una canaria,
vivimos en Alcorcón.

Los viernes canto muñeiras
en un bar de Lavapiés;
soy ultra del Alavés,
la bombacha y la alpargata
la consigo más barata
en la tienda El Corte Inglés.

Escribir

Escribir no es escribir sino leer. La única diferencia estriba en que cuando se lee un papel o una pantalla las letras están visibles, y al leer se las hace todavía más visibles, mientras que cuando se escribe las letras están escritas con tinta invisible. Escribir es ponerle color a esas letras descoloridas. El escritor es un colorista. El escritor es un señor o una señora que sobreimprime un texto de difícil lectura. Es un vicioso de la lectura. Su trabajo consiste en descifrar, en someter el texto hallado a pruebas químicas que lo vuelvan visible.
No hay escritura, hay lectura.

El centro de la escena

Me sigue preocupando el tema de la descripción de la realidad. ¿Cómo poner en un papel lo que está delante de nuestros ojos?
Sobre la mesa en la que tecleo hay una bolsa de plástico que incluye diecinueve vasos de plástico de color amarillo. Pequeños, yo creo que caben en ellos unos 100 centímetros cúbicos de líquido amniótico.
Su presencia llama la atención por ser extraña al contexto más bien oficinesco del lugar. Por acá pasa mucha gente, alguien los dejó (si no fuéramos realistas podríamos suponer que fue un ángel proveniente de Saturno).
Sobrantes de una fiesta, ahora ocupan el centro de la escena. Pienso en un profesor, ¿Eduardo? Pagani, en un curso en la Universidad de Morón, explicando el fenómeno de la deconstrucción. Sacar algo del margen y ponerlo en el centro de la escena, decía el profesor, entre otras cosas que mi memoria borra. Él hablaba de Borges y Pierre Menard, yo (que soy un mal alumno) creo que el ejemplo es aplicable a estos diecinueve vasos de plástico que alguien puso acá, y ahora son el centro de nuestra escena.
Diecinueve vasos de plástico, provenientes de Italia según la etiqueta. Vasos viajados y por un segundo deconstruidos. Mientras una mirada ociosa los mire serán el centro de la escena y del universo.

Anotación

Estoy en un edificio tratando de transcribir en formato digital el principio de un cuento escrito a mano en un cuaderno durante un viaje en micro. Es un día nublado y la temperatura debe ser de unos veinte grados.
El principio del texto escrito en el micro habla de un tipo que viaja en un micro y este texto que usted probablemente está leyendo ahora habla de un tipo que está frente a una computadora transcribiendo un texto.
Si bien suelo creer que se puede escribir sobre cualquier cosa, lo cual supone una creencia un poco ingenua de que no hay una jerarquía, debo admitir que me resulta más "literario" escribir sobre un tipo que va viajando en un micro que sobre otro que está sentado frente a la pantalla de una computadora.
Quizá porque creo que cuando menos "literario" es el ambiente, más "literaria" es la historia.
En conclusión, este momento no existe.

El hombre imaginario

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar el corazón
del hombre imaginario

Nicanor Parra

Mi personalidad


Yo tenía una personalidad, la tenía más o menos domeñada, y hasta presumía de ella de vez en cuando, en las reuniones de consorcio y en los bailes; pero esta tarde, entre las cuatro y las cuatro y media, la vi irse en un globo aerostático sin dar explicaciones.
Si alguien sabe de ella, como dice la canción, le ruego información.

No se debe escribir:

Bajo los efectos del alcohol.
Bajo los efectos de la euforia.
Bajo los efectos del enamoramiento.
Por obligación.
Por dinero.
Porque sí.
Como terapia.
Como entretenimiento.
Como si nada.
Por venganza.
De coté.
Todos los días.
Para defender lo indefendible.
Para impresionar.
Para luchar contra el insomnio.
Por capricho.
Antes de comer.
Después de ver "Lo que el viento se llevó".
Los domingos por la tarde.

Descafeinar

Buscando ya no sé qué, me topé esta mañana con la conjugación completa del verbo descafeinar en el Diccionario Panhispánico de Dudas.
Haciendo click en el título de este ocioso texto pueden verlo (si no tienen nada mejor que hacer).
La mayoría de las formas del vocablo fueron utilizadas por primera vez en la historia en la confección del modelo de conjugación regular del mencionado mataburros. Este dato debería figurar en el Guiness, pero lamentablemente son muchas palabras que nunca fueron utilizadas y sin embargo pueblan diccionarios y gramáticas. Palabras vírgenes.
Queremos sacarlas de esa triste condición. Queridas palabras aludidas pero nunca incluidas en texto alguno, he aquí un Chapulín Colorado que las rescata del olvido y las empuja a una especie de realidad:
1. Cuando lo descafeinares un poco, Rosalba, lo tomaré con gusto.
2. Si no descafeinara, Doctor Revagliatti, me dedicaría a las inversiones en la Bolsa.
3. Descafeína todo lo que quieras, pero siempre algo quedará.
Buenos días.

Puntos de referencia

El arte del insulto gana tanto en sutileza que se vuelve cumplido.
En la discusión uruguayo-argentina por el tema de las papeleras, el vicepresidente oriental, Rodolfo Nin Novoa, sostuvo que los políticos del otro lado del río "perdieron todos los puntos de referencia".
El agravio es tan poético que se nos vuelve difícil no solidarizarnos y hasta no sentirnos parte de ese conjunto de seres a quienes se nos escabulleron los puntos de referencia y andamos por la vida perdidos, náufragos, irresponsables y vagabundos.

Não sei quantas almas tenho

Não sei quantas almas tenho.
Cada momento mudei.
Continuamente me estranho.
Nunca me vi nem acabei.
De tanto ser, só tenho alma.
Quem tem alma não tem calma.
Quem vê é só o que vê,
Quem sente não é quem é,

Atento ao que sou e vejo,
Torno-me eles e não eu.
Cada meu sonho ou desejo
É do que nasce e não meu.
Sou minha própria paisagem;
Assisto à minha passagem,
Diverso, móbil e só,
Não sei sentir-me onde estou.

Por isso, alheio, vou lendo
Como páginas, meu ser.
O que sogue não prevendo,
O que passou a esquecer.
Noto à margem do que li
O que julguei que senti.
Releio e digo : "Fui eu ?"
Deus sabe, porque o escreveu.
Fernando Pessoa

La piratería educa

Gracias a una biblioteca estoy leyendo Santa Evita. Gracias a la piratería el otro día volví a ver Miller´s crossing, maravillosa película de los hermanos Coen, que hace rato no se pone en el cine de mi barrio.
Las bibliotecas y la piratería me dan lo que necesito, al menos del cogote para arriba. Piratas y bibliotecarios educan al sobrerano, es decir al pueblo, consigna que esgrimía un presidente cuyos bustos pueblan las escuelas. Cultura pa todos, no es poco.
No parecen apreciar lo suficiente esos argumentos las personas preclaras cuando defienden los honrados y medidos beneficios de los honestísimos empresarios, y sueltan vituperios contra el temible flagelo de la piratería.
Señores directivos de editoriales, discográficas, etcétera, y señores diputados que los representan con uñas y dientes: todos sabemos que ustedes son ángeles que se ganaron la guita decentemente, pagando siempre todos los impuestos y ayudando a las viejitas a cruzar la calle. Todos queremos que ustedes viajen en limusina y se vayan de vacaciones a Cancún.
Pero ocurre que muchos de nosotros queremos educarnos y sus precios, por esas cosas de la vida, no están como quien dice al alcance de la mano, por no hablar de descatalogaciones por falta de rentabilidad y andá a buscar esa canción.
La cultura que nuestras cabezas necesitan consumir nos la brindan instituciones ilegales, piratas, subversivas, pónganle el adjetivo que más les guste: las bibliotecas y la piratería. Y no creo que los hermanos Coen estén pidiendo limosna por las esquinas porque algunos miremos un dvx en una noche tormentosa.
¿No podemos convivir piratas y honrados empresarios como buenos vecinos? Quien puede pagar el disco original con sus aderezos y bijouterie, lo hará, y quien no, podrá escucharlo sin tanto piripirí, y todos contentos y educaditos. Así funciona más o menos ahora y podría aceitarse el mecanismo.
Pero si ustedes, íntegros y honorables, sólo piensan en su kiosco y no les importa privarnos de la cultura, prepárense porque nos pondremos un parche en el ojo y saldremos a combatir.

Ortografía celeste

Un bloggista se murió y sin embargo día a día seguían saliendo sus posts.
Los creyentes dijeron que era una prueba irrefutable de la existencia del más allá.
Los no creyentes hicieron bromas sobre los errores de ortografía de los textos supuestamente escritos en la eternidad.
Los creyentes adujeron que en el Más Allá la Hortografía es Hotra, y los supuestos errores no son otra cosa que señales para que los gramáticos y los idiotas revisen sus manuales.

El emailista versus el escritor rentable

Es sabido que la crítica literaria siempre va dos o tres cuadras atrás de la escritura. Lo que afirmo no es una crítica a la crítica sino una reivindicación. La crítica quiere encorsetarla y la escritura escaparse. En esa dialéctica escritura y crítica producen materia fresca.
En estos albores del siglo XXI, la crítica no se ha percatado todavía (y con este humilde trabajo queremos ayudarla) de la muralla china que divide la actual producción escrita en dos grupos irreconciliables:
1) el de los escritores rentables, que producen un variadísimo menú de textos para editoriales, revistas, etcétera, que comen y dan de comer a numerosos partícipes del complicado engranaje de la maquinaria intelectual; y
2) el de los escritores de emails, los emailistas o emilistas, que sólo escriben correos electrónicos.
Cualquiera puede adivinar cuál es la diferencia entre uno y otro, y a qué grupo ponderarán los críticos cuando se percaten de la existencia de los bandos. El escritor rentable es invitado a ferias de libros, a programas de televisión, a cócteles con los embajadores, y figurará en manuales y listas que serán de lectura obligatoria en las universidades del porvenir. Además, goza de las loas de las reseñas, de eventuales ingresos dinerarios según la oferta y la demanda, y de un prestigio social que el segundo jamás alcanzará y siempre envidiará.
Sin embargo, según nuestro modesto entender y ver, el emailista goza de otras no menos apreciables ventajas, que a continuación repasamos a vuelo de pájaro:
En primer lugar hay que señalar que el escritor rentable debe lidiar con editores, que piden algo más comercial; con traductores, que piden algo más traducible; con periodistas, que piden algo más caliente; con directores de cine, que piden algo más filmable. El emailista se ahorra todos esos disgustos porque, nadie siente la obligación de enderezarlo.
Por otra parte, el escritor rentable debe camuflar su vida privada, debe aclarar hasta el cansancio que lo que escribe es ficción y no tiene vínculos con la realidad para evitar juicios, persecuciones, censura, reclamaciones de personas aludidas, campañas publicitarias con su sufrimiento. El emailista, en cambio, habla de lo que le sale de los huevos sin tapujos. Cuando escribe en segunda persona se dirige a alguien de carne y hueso, que lo lee al otro lado. Los dos pueden mentir, ¡los dos mienten descaradamente!, pero sólo el emailista no se siente obligado a ello.
Es público y notorio que el escritor de audaces y preclaros libros debe resignarse a que su mamotreto vaya a parar a una librería, a que lo compre algún imbécil, a que el imbécil encienda la máquina de la imbecilidad diciendo algo propio de su especie, a que otros imbéciles se hagan eco de las imbecilidades del imbécil. El trabajoso autor no sólo debe escuchar esas imbecilidades, sino que está obligado a refutarlas o ponerlas en ridículo o escribir otro libro sólo para demostrar que el imbécil estaba equivocado. Nada de eso le ocurre al emailista, que vivirá muchos años más porque él elige a sus lectores, a las imbecilidades de los imbéciles las manda a la papelera de reciclaje, y a los imbéciles los borra de la lista de contactos sin derecho a réplica.
Pero por otro lado, si el escritor rentable quiere especialmente que determinado lector o lectora pose sus ojos sobre sus páginas (el escritor que cree que su escritura seduce), debe esperar a que se cumplan todos los pasos del proceso editorial y luego esperar que los duendes lo ayuden, que la condenada pase una vez en la vida por una librería, que vea el engendro en el cuarto de hora que le fue concedido al libro en las mesas de venta, que se interese, que tenga dinero extra en la cartera, que lo compre, y que lo lea... Demasiadas coordenadas cósmicas para esta vida breve. El emailista solamente debe averiguar la dirección electrónica de la susodicha o el susodicho, y enviarlo como por casualidad, haciéndose el tontín, como quien saluda a decenas de personas (los auténticos lectores sabrán entender el desliz).
Como si lo dicho fuera poco, debemos agregar que el escritor de emails puede tener una vida decente: no está obligado a leer los bodrios de sus contemporáneos, los elogios de los interesados, las infumables tesis sobre su obra, los chismes del mundillo literario...
En fin, son incontables las ventajas de las que goza el emailista sobre el escritor rentable. ¿Qué mejor editor que Yahoo, Hotmail o Google, que sin meter las narices reparten los textos con más arte que un anarquista a la salida de la fábrica?
El emailista puede darse el gusto de enviar de un plumazo a los lectores por él elegidos, emails recién salidos del horno, satisfaciendo su perverso deseo de escritor: el de tener a un puñado de personas inclinadas sobre su texto, leyéndolo hasta vaciar el fruto de su capricho. Buenos días.

El título de una foto


Planta, bicicleta, coche.
Hombre en bicicleta
Tres ruedas
El hombre del saco gris
De compras
A la izquierda en bicicleta
Hacia el punto de fuga
Una rueda quieta y dos girando
Si pintaran la pared, esta foto perdería calidad.
Vehículos rojos
Mañana de sol
Vehículos rojos en una mañana de sol
Coche, bicicleta, planta
Despacito y por la sombra
Desde la estación de autobuses
Paseo matutino
Subotica, abril de 2006
El equilibrio del ciclista
Sin título

¿Esto es arte o lo tiro? Pandemia cultural

¿Esto es arte o lo tiro? Pandemia cultural Programa de radio emitido por FM Fribuay entre los meses de septiembre y diciembre de 2020. Parti...