La vida después de la Eternidad

Siento defraudar el lector por no poder cumplir la promesa del título, ya se lo voy diciendo: desilusiónese ahorita nomás, no avance con antorchas encendidas.
Y si avanza igual, ya sabe: de lo del título, nada. ¡Ya me gustaría a mí tener el contenido de semejante asunto, qué literatura ni qué ocho cuartos, menuda revelación sería, la vida después de la Eternidad, Dios me libre y salvaguarde! Me retiraba de las canchas, colgaba la raqueta y empezaba a criar panza.
Piense que si así de defraudado se siente usted, qué tristeza no me alcanzará a mí, autor y prometedor, que me fue dado el título, por decirlo de alguna manera, y me quedé esperando la papa, boquiabierto, patitieso, "venga eso, pibas", les dije a las musas, "no me dejen así en ascuas", y nada.
"¡Arreglatelás!", me gritó la última yéndose burlona, sobradora, canchera y argentina. Eran una legión las musas, como un equipo de hockey, leonas flacas, de anteojos, poetas pálidas.
Qué le vamos a hacer, amable lector, en esta orfandad estamos. Si quiere nos suicidamos juntos, pero hoy no, hoy el día está tan lindo..., y tampoco hay que exagerar, ¿no es cierto?, matarse por una defraudación...
Al fin y al cabo, todos los días uno se defrauda por algo, y no llora tanto, no se tira por los acantilados de Pittsburgh, aunque no haya acantilados en Pittsburgh, porque es llana como La Plata, 25 de Mayo o Lincoln.
Es raro, uno pone el nombre de una ciudad que desconoce y es como si hubiese estado ahí, un viajecito mental y pasajero.

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