Sábado por la mañana, leyendo las noticias

Con un par de clicks cualquiera se entera de la realidad del mundo, que es la suma de las novedades en el momento presente, que todos comprendemos porque está escrita en un lenguaje llano y neutro, por ejemplo, hoy soltaron a un albañil que tenían secuestrado en Argentina por declarar contra un famoso torturador, en Madrid pusieron otra bomba en un aeropuerto y en Irak se bambolea el cuerpo de Saddam Hussein. Todo en simultáneo en el multicine de la realidad. El género cinematográfico de la realidad es el terror. Y a juzgar por la publicidad que decora las páginas de los diarios, es además un auténtico best seller.
La gran ventaja de la realidad sobre el cine o la literatura es que éstos deben seducir al lector/espectador mediante el asombro. El lector busca en el libro algo nuevo, algo que lo conmueva, que lo haga pensar, que lo divierta.
La realidad, en cambio, presupone que el espectador no va a asombrarse, sólo quiere informarse, estar al tanto de lo que pasa. El lector de la realidad lee la realidad para permanecer en ella, no quiere ser excluido. Por eso el género de la realidad es implacable, leerlo es someterse. Leer la realidad es ser parte de ella: leer es pertenecer, es un género excluyente.
En la realidad todos los actores están atentos al rol que le toca, nadie se sale del libreto: está el que carga la camioneta con explosivos, el que le ata las manos a un tipo, etcétera. Todos los días aparecen y desaparecen actores, extras, dobles de riesgo. Ningún actor de la realidad se plantea no estar ahí. El lector tampoco. Al espectador de la realidad le compete aceptarla, porque "la realidad es la realidad", no hay otra cosa, no hay afuera de la realidad. Ser lector es entender la realidad y saber que se está en el desarrollo de la historia.
En el rol de lector de la realidad no hay lugar para el asombro ni para la incomprensión ni para la crítica. El lector de la realidad participa de ella como el que apaga el cigarrillo en el pecho de un albañil, como el que aprieta el detonador. No decimos que comulgue con cada uno de esos actos, como tampoco del accionar del enfermero que le cura la herida, eso creo que está claro. Hablamos de otra cosa, de la relación entre el lector y la realidad, o en tal caso entre el lector y la realidad de la realidad.
Hablamos de la comunión entre la historia y el lector, entre la palabra y el ojo que la lee: la terrible y obligatoria empatía de la realidad.

La lagartija

Así sin más, ajena a todas las reglas de la buena educación, la lagartija se metió en el hueco del árbol podrido cuando yo, cortés y diligente con todos los seres de este mundo, me acercaba a presentarle mis saludos, mis respetos, mi muy buena disposición para todo lo que necesitase.

La luciérnaga y el limpiaparabrisas

Para resguardarse de la inminente lluvia, una luciérnaga se apoya en el limpiaparabrisas trasero de un Ford Fiesta, como otra luciérnaga se apoyó hace tres mil quinientos años en el fuste de una columna del templo de Osiris.
Si hubiese estado al tanto de la evolución de la tecnología habría muerto de muerte natural como su ancestro.

La cerca de Javier Cercas

El primer libro que leí de Javier Cercas, El vientre de la ballena, me gustó y me sorprendió, no pensaba que ese gordito (tengo mis prejuicios) escribiera de esa manera tan inteligente y suelta. Confirmó ese gusto el segundo que leí que es el primero suyo, El inquilino. No quería meterme a Soldados de Salamina porque la película no me había gustado y pensaba que el libro me iba a gustar menos todavía, prejuicio que, como era de esperar, se confirmó con la lectura. No obstante me pareció que recuperaba el brillo y la soltura en La velocidad de la luz, a pesar de la visibilidad de los trucos del distanciamiento y la ironía.
No leo diarios españoles así que no estaba al tanto de los artículos que el pibe escribe en El país y otros medios. Inocente saqué de la biblioteca La verdad de Agamenón para ver qué más tenía por decirnos. Y amargo fue mi desengaño cuando vi que las cosas con las que bromeaba el narrador de La velocidad de la luz Javier Cercas las tomaba en serio.
Para colmo el capítulo dedicado a Borges era tristísimo y el que se suponía que hablaría de Bolaño hablaba de Javier Cercas y daba un ejemplo inigualable de pedantería al decir que lamentaba que mucha gente supiera del chileno solamente lo que había leído en su obra (la de Cercas).
Dedicaba además muchos artículos al intercambio de flores con los colegas, estrategia al parecer imprescindible para figurar en el mundillo literario (en Argentina tenemos el matrimonio Fogwill Nielsen, como antes teníamos Saer Piglia, etcétera) pero un coñazo para el pobre cristo que se pone a leer la empanada suponiendo que adentro hay carne y no aire comprimido.
¿Puede el mal gusto que produce un libro amargar lo que produjeron los otros? Se supone que no, pero previene para el próximo: ¿tendrá algo que decir o será mejor quedarnos con lo que hay y en tal caso releer? El éxito, palabra que en La verdad de Agamenón aparece cada cuatro, tienta al exceso de publicación. Entonces uno piensa en los arquetípicos ejemplos de Rimbaud y Rulfo. Apellidos que empiezan con erre, dicho sea de paso.

PD: la autorreferencia se supone un atributo de la postmodernidad, acaso porque es un recurso viejo, y J.C. se declara casi militante del movimiento. Pero creo que el artículo primero de ese movimiento dispone que ninguno de sus soldados debe declararse como tal (como la derecha en Argentina y tantas cosas en este mundo).

Sueño

A un mes de ausencia de la bitácora tuve un sueño inquietante, un lector imaginario que estaba preocupado, que pensaba que me había pasado algo. Entonces dije: saquémosle esa preocupación a esa persona inocente. Haciendo un enorme esfuerzo fui a la gomería, cambié la rueda pinchada y me puse en movimiento.

Adela

Conocí a Adela en una fiesta de Navidad. Apareció en casa después de las doce, con una sidra en la mano, entre parientes, amigos y gente des...