Hay lluvias pasajeras que anuncian su llegada con bombos y platillos, el viento las empuja, asustan a los niños, rompen los paraguas y se van como vinieron.
Hay lluvias eternas cuya llegada es imperceptible pero después no hay capa, alero, piloto, chubasquero ni pañuelo que nos ayude a mitigar sus efectos personales, a suspenderla en la soga de la ropa, a pasarla al cuarto intermedio, a hacernos creer por un microsegundo que no está lloviendo.
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Adela
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