Es una noche de luna llena y el Hombre-lobo adopta la apariencia apropiada.
Caperucita Roja, de quien nunca se dijo que también era una chica loba, pero lo era, y de las buenas, adopta el lobuno aspecto y enfila hacia el bosque correteando sin canastita.
Como no podía ser de otra manera, loba y lobo se encuentran entre los matorrales. Exhaustos y felices rematan la faena con generosas porciones de perdices.
Desde el punto de vista de las perdices, dicho sea de paso y entre paréntesis, la historia no es tan rosa, pertenece más bien al género de la tragedia.
Por la mañana, humanos otra vez, el Hombre-lobo y Caperucita Roja se preguntan los nombres, intercambian números de teléfono y se van, cada chancho para su rancho, presas de los recelos, las sospechas, las dudas y la desconfianza que despiertan los lobos cuando se vuelven humanos.
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