
De las aves que bailan la zamba me gustan las que flotan en la garrándula y saludan a los invitados como si estuviesen en la cumbre del Himalaya, como quien no quiere saber nada, como una estrella del cine que de compromiso nomás tira besos a la multitud, la cual se derrite en el aeropuerto para verla pasar y arrancarle un autógrafo, una sonrisa, algo.
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