Ayer, en un bar anarquista de Belgrado, un grupo de rebeldes dijo que para luchar contra el sistema (entre otras cosas) no habría que consumir Coca Cola. Bebíamos cerveza y jugo de naranja.
Nada como una propuesta como esta para tentar al diablo y agitar en los corazones cierto espíritu contrarrevolucionario.
Dos horas después, en otro bar (que, según dicen, estaría regenteado por cierta especie de mafia), pedí una botella de esa bebida tan rica inventada en Atlanta.
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