El poema es tiempo joven.
Todo a su alrededor se aplasta:
el otro tiempo, el gesto, los bonetes,
el cartón de la fama,
los convulsivos dioses,
la admiración, el fuego,
tu mirada, la mía.
Hasta las estaciones desparraman el cielo
y al final lo abochornan.
No hay nada que retenga
el peso del invierno,
que tira desde abajo de cualquier estación,
confirmando los cimientos de nada,
la disgregada base,
la utopía gastada donde se asienta el mundo.
Y sin embargo, adentro de la vejez creciente,
filón a contramano,
contrahistoria que borra
la tristeza inflexible de las fechas,
el poema es siempre tiempo joven,
valija tibia de la vida,
estuche que preserva la memoria,
maravillada, intacta,
ya ni posible ni imposible,
de aquello que la vida debió ser.
Roberto Juarroz
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